27.7.11

What shall we do with our fantasies? (Agamben).


"Sancho Panza enters the cinema of a provincial town. He is looking for Don Quixote and finds him sitting apart, staring at the screen. The auditorium is almost full, the upper circle--a kind of gallery--is packed with screaming children. After a few futile attempts to reach Don Quixote, Sancho sits down in the stalls, next to a little girl (Dulcinea?) who offers him a lollipop. The show has begun, it is a costume movie, armed knights traverse the screen, suddenly a woman appears who is in danger. Don Quixote jumps up, draws his sword out of the scabbard, makes a spring at the screen and his blows begin to tear the fabric. The woman and the knights can still be seen, but the black rupture, made by Don Quixote's sword, is getting wider, it inexorably destroys the images. In the end there is nothing left of the screen, one can only see the wooden structure it was attached to. The audience is leaving the hall in disgust, but the children in the upper circle do not stop screaming encouragements at Don Quixote. Only the little girl in the stalls looks at him reprovingly.

What shall we do with our fantasies? Love them, believe them--to the point where we have to deface, to destroy them (that is perhaps the meaning of the films of Orson Welles). But when they prove in the end to be empty and unfulfilled, when they show the void from which they were made, then it is time to pay the price for their truth, to understand that Dulcinea--whom we saved--cannot love us."

--Giorgio Agamben, "The Six Most Beautiful Minutes in the History of Cinema" in Profanations (Zone Books, 2007).

26.7.11

Lugares públicos amables

He pensado en los espacios. En esos lugares públicos "tan amables" (como les llama un muy querido amigo), en que una puede leer, tomarse un café, trabajar los pensamientos, pulir las ideas, estirar el cuerpo, conversar con los demás en un tono bajo y moderado, y ver alguna(s) exhibición(es). Generalmente, se llaman bibliotecas con salas de lectura. Son espacios para eso, para leer y pensar, usar referencias, libros raros, colecciones.

Y sí, son espacios amables. Son espacios amables porque el razonamiento que prevalece no es el del mercado, porque el trato no es el de un cliente sino el de un ciudadano, porque hay encuentros agradables y respetuosos con los otros, muchos otros; porque la gente conversa con civilidad en salas comunes de estar, y está atenta a no incomodar ni interrumpir a los demás; porque los temas de conversación no son los chismes de la vida íntima de la gente o el cómo andan vestidos los transeúntes y hay muchos mejores temas que tocar; porque la gente se trata amablemente al compartir lo que tiene, sobre todo, su conocimiento. Son espacios amables porque no cobran por cada paso que das, sino que se complacen de que ocupes y quieras ocupar el espacio con el resto. Y, quizás lo más importante, son espacios que son vistos como necesarios y hasta imprescindibles porque para estas sociedades que los concibieron, que los atesoran y que todavía los tienen, pasar las horas leyendo, pensando y desarrollando ideas es algo valorado y estimado, más allá de algo "productivo".

Llevo prácticamente un mes fuera de la isla en que vivo, y en las ciudades en que he estado, he tenido el privilegio de disfrutar intensamente de esos espacios-lugares públicos amables en los que he podido llevar a cabo todas estas actividades e incluso me han dado 'pases' de entrada con vigencia de 3 años (¡¡!!) a pesar de no ser residente de allí. Cuanto daría por esos espacios a mi regreso. Cuanto los añoraré.  

He pensando mucho en esos espacios y me digo: ¿cómo es que en nuestro país el Borders, ruidoso, hiper-comercializado, desorganizado, hiper-sobre-estimado y sobre-valorizado, se convirtió en el lugar a defender, a añorar?. ¿qué pasó con nuestros 'lugares amables"? ¿por qué nuestros mejores referentes son el Starbucks y el Borders? Me pregunto: ¿cuándo, qué y cómo pasó que nuestro foco de atención, nuestra mejor aspiración, se normalizó en ese modelo, se concentró en la mercancía y renunciamos al espacio y a lo que conlleva esta amabilidad de la que hablo. ¿O es que nuestros lugares públicos amables salieron del panorama o nunca estuvieron en nuestro marco de referencia?; ¿es que dejaron de ser o acaso nunca fueron nuestra aspiración?. 

Yo todavía apuesto a lugares públicos amables. No se trata solo de la mercancía. El espacio importa. No Borders. No Starbucks.  La apuesta es a lugares en que se pueda ser y asumir una identidad que no sea la de cliente. Yo voto por esos lugares de amabilidad. 

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